Cinco verdades de la vida (IV)

Con toda la parte sensible de mi corazón, para todas éstas criaturas.

La vida es un pañuelo lleno de mocos. A lo largo de la misma, uno se va encontrando con todo tipo de verdades. Reconozco ser muy feliz con alguna de ellas, y estar completamente asqueado con muchas otras. Hay gente que, piensa ser los que le dan ritmo a la vida. No sé si me entenderá. Muchas veces, en muchas ocasiones, he conocido a gente nueva. Prefiero quedarme con la gente que conozco, de verdad, pero van llegando a mi vida gente que, por una razón o por otra, tengo en cierta medida el gusto de conocer. Pues, cuando se conoce a alguien, hay dos tipos de reacciones tras la primera impresión: o bien pensamos que la relación se va a desarrollar de una manera agradable, y que tenemos un amigo más para la lista, o bien no queremos establecer lazos de amistad. Hoy son los que salen a bailar todos aquellos con los que no tengo amistad. La gente es muy mala. La gente es malísima. La única razón por la que publico éste artículo es porque me da la gana, no quiero aludidos. La gente falsa sólo busca hacer daño; y el daño daña. Me he cansado de observar la mecánica de los estúpidos que andan sueltos por el mundo. Ya no me vale la opinión de la gente así. El simple recuerdo de anécdotas desastrozas me hace enfadarme un poco. Hay pocos corazones buenísimos que no están en el mundo para estar pisoteados por corazones desgraciados. La gente es más falsa todavía. No hay prácticamente gente en la que poder confiar. Amigos en ésta vida que van a salir al tabláo a bailar por mí, son aquellos a los que siempre tengo en mente. Lo demás son tonterías. La gente sólo quiero hacer el mal, y ver cómo los demás lo pasan mal. Pero que tranquilidad, la mecánica es simple: a partir de ahora, no quitaré una sonrisa de mi cara para no dar el gustazo de que me vean mal los que no me pueden ni ver. Señores, con tó el amó de mi corazón, y un poquito más todavía;

A todos aquellos que tanto a mí cómo a la gente que me quiere, nos han ido dando contínuos palos, y me han hecho fuerte para entender que la vida es sólo pamplina y cachondeo, sino que hay que aprender de palos, les debo la vida.